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Miserachs Barcelona propone un emocionante viaje en el tiempo, una aventura en la que la fantasmagoría característica de las fotografías es unas veces pura arqueología y otras el mismo presente. En la exposición las imágenes de Barcelona, blanco y negro están vivas, cambian al igual que se transforma continuamente la energía de la ciudad y sus gentes. De forma semejante al fotolibro, la muestra Miserachs Barcelona plantea experiencias urbanas tan fluidas e instantáneas como las fotos, que siempre son incompletas e imperfectas, pero a cambio conservan lo efímero y resisten al olvido.

En septiembre de 1964, el fotógrafo barcelonés Xavier Miserachs publica su obra más destacada, Barcelona, blanco y negro, un fotolibro que reúne casi cuatrocientas fotografías. Aunque entonces tiene apenas 27 años, ya es un fotógrafo veterano, miembro desde 1952 de la Agrupación Fotográfica de Cataluña, que ha expuesto y ha visto premiadas sus imágenes de fotógrafo aficionado. Desde 1961, Miserachs es un profesional dedicado a la publicidad, el fotoperiodismo y, sobre todo, a la fotografía de calle, «el placer de deambular intentando contar lo que me parecía característico y significativo de un lugar».

Xavier Miserachs participa en algunas exposiciones, pero cree que el mejor espacio para las fotos son las páginas de las revistas y los libros. Desea hacer «un libro estrictamente fotográfico de estilo y contenido libres», compuesto por imágenes formando un conjunto que se pueda leer y mirar como una película o una novela. Es decir, un fotolibro, el modelo que entonces define la historia de la fotografía, marcada por la publicación de obras maestras como Life is Good & Good for You in New York de William Klein (1956) o Les Américans de Robert Frank (1958).

Con los fotolibros se construye una historia propia de la fotografía, distinta de la que se cuenta en el mercado y los museos. Una historia más cerca de la experiencia que del arte, en la que las fotos no se encuentran en las exposiciones, sino en los anuncios, los folletos comerciales, los álbumes familiares, las revistas, los fotolibros o las nubes donde se guardan hoy los archivos informáticos. Por suerte, como el concepto de lo artístico es variable, los mejores fotolibros son considerados obras de arte cada vez con mayor frecuencia, por su combinación única de alta y baja cultura y por su capacidad para construir relatos tan complejos como los del cine o la literatura.

Barcelona, blanco y negro tiene dos modelos. El primero corresponde a una exposición itinerante del Museum of Modern Art de Nueva York de 1955, The Family of Man, en la que Miserachs confirma su vocación y descubre que la fotografía que suele denominarse «humanista» y remite a conceptos abstractos también sirve para «contar, comunicar, explicar, aumentar el conocimiento de los otros a través de la experiencia propia». El segundo se identifica con los fotolibros urbanos de William Klein, que Miserachs admira por su «originalísima forma de sugerir las ciudades centrando la atención en los signos que suministran sus gentes y espacios». En las fotos que siguen «el patrón Klein» (que es el dominante en Barcelona, blanco y negro) el tema no importa, «no ocurre nada, la imagen parece tomada al azar». Las fotos no son válidas por sí mismas, como imágenes individuales, sino que solo funcionan en el contexto del libro, que exige un lector activo que interprete a su modo los textos sin palabras, los relatos visuales.

Barcelona, blanco y negro comienza con una secuencia cuidadosamente desordenada en la que se entra en la ciudad una mañana cualquiera. Después se descubre la ciudad a través de sus habitantes, contando historias de trabajo y fiesta, de emigrantes recién llegados y burgueses cubiertos de apellidos, de chabolas, barrios góticos y ensanches, de escaparates, anuncios y pintadas... Y siempre de gente en las calles, de todas las edades y todas las clases.

El fotolibro parece seguir una máxima clásica, muchas veces citada por Manuel Vázquez Montalbán: «la ciudad es su gente». La arquitectura no es más que el escenario donde sucede la vida cotidiana de la gente. Miserachs evita los lugares comunes turísticos e históricos, rehúye en todo lo posible los motivos típicos. Prefiere ahondar en el tema principal de la cultura moderna, la experiencia urbana y su espacio, la ciudad.

Los grandes relatos de la literatura, el cine y la fotografía del siglo pasado son urbanos, y sus héroes paseantes demorados como Eugène Atget, el pionero de la fotografía callejera, la versión activa del peatón ocioso descrito por Charles Baudelaire y estudiado por Walter Benjamin. Al igual que «el artista de la vida moderna» del poeta parisino, Miserachs es un paseante curioso, un peatón infatigable que recorre las calles, los mercados y los parques, curiosea en los escaparates de las tiendas y las terrazas de los cafés, se detiene en las fábricas a la hora de salida y en las salas de espera de las estaciones, y acaba la jornada en las pistas de baile y las barras de los locales nocturnos.

Los fotolibros se miran y se leen. Para adaptar estas acciones al museo, la exposición Miserachs Barcelona propone varias maneras de mirar y leer fotos en el espacio del arte, el abstracto y frío cubo blanco del museo. Pero en esta ocasión no hay marcos que contengan copias cuanto más viejas mejor, el formato convencional de las fotos en el museo. La fotografía es un medio mecánico que se ha reproducido en muchos soportes, empezando por el metálico de los daguerrotipos del siglo XIX y terminando, de momento, por las pantallas retroiluminadas de los dispositivos tecnológicos de hoy en día.

En Miserachs Barcelona, el espectador se encuentra las fotos de Barcelona, blanco y negro dispuestas en forma de grandes murales, escaparates, ampliaciones y proyecciones. Al principio se presenta un panorama crepuscular, irreal y documental al mismo tiempo, que remite a los horizontes lejanos del cine. Después se entra en la ciudad, en un montaje a modo de mecano que recrea las exposiciones de los años en los que Miserachs preparaba su fotolibro. Se trata de un modelo que empezó a practicarse en las aulas de la Bauhaus y alcanzó su plenitud fotográfica en las estructuras portátiles de The Family of Man. Más adelante es posible pasear literalmente por las páginas del fotolibro de Miserachs y las pobladas calles y plazas de una Barcelona sin turistas gracias a grandes ampliaciones tridimensionales, que transforman el espacio en una escenografía teatral en la que el espectador puede sentirse actor. En otra sala dominan las proyecciones, que envuelven al público en un continuo cambio en el que el pasado y el presente se confunden. Al final, se muestra en una pantalla Barcelona, blanco y negro con todo detalle. En este espacio también se encuentran ejemplares del fotolibro y las derivas del itinerario seguido por Xavier Miserachs durante su preparación.

Horacio Fernández

Producción: exposición organizada y producida por el Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA).
Comisario: Horacio Fernández