Quizá la hemos olvidado ya. O quizá tenemos una estrecha relación con ella (por profesión, por familia) y la tenemos muy presente. El caso es que la escuela, los diez años de enseñanza obligatoria –o doce, si contamos el bachillerato–, es una época larga y muy importante de nuestra vida.

¿CÓMO RECUERDAS TÚ, LECTOR/A, LOS AÑOS PASADOS EN LA ESCUELA? ¿QUÉ SENSACIÓN TE HA QUEDADO INSCRITA EN EL CUERPO SOBRE LAS MAÑANAS, LA HORA DEL ALMUERZO, LAS TARDES EN LA ESCUELA? ¿Y SOBRE EL RECREO?
Sin tener demasiado claro con qué y con quién nos íbamos a encontrar –en el Instituto Poeta Maragall, con alumnos de 4° de ESO–, apostamos por una metodología basada en tres puntos: impacto, profundización, interacción. Para explicar estos tres puntos, proponemos un ejemplo. En la primera sesión, después de presentarnos, nos quedamos callados, mirándonos... Proponíamos así un tiempo de silencio y de no hacer nada. Pasaron quince minutos. Queríamos abrir un vacío en medio del aula, del curso, del aprendizaje y de las expectativas. Impacto. A partir de ahí, empezamos a hablar sobre el tiempo de la escuela, sobre cómo lo vivían.

¿Y TÚ, CÓMO DEFINIRÍAS EL TIEMPO DE ESCUELA?
Ese era el primer ejercicio y el resultado fue dramático: el adjetivo que utilizaron masivamente los alumnos para definir el tiempo de escuela fue «aburrido» y también «agobiante». En esta respuesta afloraba un problema –el problema de ciertos métodos de aprendizaje–, pero también era la puerta de acceso a la profundización.

¿Y ENTONCES, CÓMO DEFINIRÍAIS EL TIEMPO QUE PASÁIS EN CASA? ¿Y EL TIEMPO EN LA CALLE, EL TIEMPO CON AMIGOS Y AMIGAS? ¿EL TIEMPO EN LAS REDES SOCIALES? ¿EL TIEMPO DE LOS SUEÑOS?
A partir de las respuestas que escribimos en la pizarra se abrió un debate. Este es solo el ejemplo de una sesión que representa muy bien lo que fuimos haciendo conjuntamente. La interacción con el alumnado no era solo un método para conseguir su implicación, sino el propio contenido del curso y la obra que se fue gestando: el curso sería la obra; el curso sería una «máquina del tiempo». Así, el aula y también el patio donde salíamos a «perder el tiempo», la calle donde dibujamos grafitis y la exposición que visitamos, etc., se convirtieron en un espacio en el que se desnaturalizaban nuestras vivencias del tiempo, en el que se multiplicaban las formas de vivirlo. Por esta razón las sesiones ya eran en sí mismas performances colectivas en las que poníamos en práctica lo que estábamos trabajando: toda explicación teórica o trabajo práctico sobre la crononormatividad o la cronodiversidad partía necesariamente de un elemento concreto y cotidiano de nuestras vidas, un elemento cualquiera –un fragmento de texto o de película, una foto, las anchoas envasadas al vacío, un cigarrillo me- dio consumido, etc.– para poner en marcha un cuestionamiento, una máquina del tiempo. [«Creo que el tiempo tendría que ser una asignatura obligatoria...» (alumna)]

Xavier Bassas es profesor y filósofo; Raquel Friera es artista.

Sello de Calidad del Consejo de Innovación Pedagógica (CIP)