¿PODEMOS IMAGINAR UNA POESÍA DE CUERDAS PARA ATAR UN PACTO CON EL APRENDIZAJE?
¿Cómo desarticular los roles que se han aprendido? ¿Cómo hacer para que las preguntas no se respondan desde lo que se sabe que se debería responder? Proponer entonces las formas de hacer las cosas como los verdaderos anclajes del conocer. Ya no un listado de contenidos o materias. Nudos, marcas de orientación en la piel; amarres como brújulas; enlaces como bitácoras; soportes como la contención necesaria para confiar. ¿Cómo enseñar la metodología del consentimiento? Imaginar la pedagogía como una negociación, una gramática del pacto, una poética de la relación (o como una sesión de sadomasoquismo).

¿QUIÉN APRENDE COMO UN PERRO, PREGUNTA COMO UN HONGO, OBSERVA COMO UNA PARTÍCULA DE POLVO?
Voy aprendiendo a leer las faltas de ortografía como indicios de otras cosas que han querido ser borradas a la fuerza: lenguas y voces torcidas cuyo idioma materno es uno distinto, configuraciones corporales que potencian la producción de la palabra «subnormal». Después de un año en el que un virus imperceptible para nuestros ojos, un agente no vivo, nos ha cambiado la existencia, quizás habría que pensar en los efectos de lo diminuto como algo que ha de ser escuchado, algo que va más en serio. Una pedagogía de lo minúsculo, de lo micropolítico, de lo menor y lo pequeño como horizonte.

Las representaciones más antiguas de los virus provienen de los imaginarios de la rabia, transmitida a través de mordidas de perro o humano. Los virus necesitan de la hospitalidad de otro para existir en su condición: ni viva, ni muerta, una especie de zombi microscópico que en los imaginarios occidentales ha sido percibido como amenaza. La botánica Robin Wall Kimmerer se sorprende de que sus 200 estudiantes le respondan que no hay ningún impacto positivo en la relación entre la gente y la tierra, solo males. «Conforme se deterioraba el territorio en que vivían, se les atrofiaba la percepción»,1 dice respecto a los alumnos. Pero la atrofia de la que habla no se refiere a un juicio capacitista ni a un atentado a la verdad universal, sino a una dificultad para experimentar la reciprocidad.

¿CÓMO HACER UNA PEDAGOGÍA QUE NO SEA EXTRACTIVISTA?
Las preguntas subnormales abordan lo metodológico para poner en riesgo la producción del conocimiento tal como lo conocemos hasta ahora, para cuestionar sus formas de producción, difuminación y proliferación. Disputan las posiciones tradicionales de quiénes pueden hacerlo, dónde y bajo qué condiciones. Una pedagogía no extractivista se emancipa del expolio y de las relaciones de poder que podrían ser su base. Renuncia a la separación arbitraria y ficticia entre teoría y práctica para, sin adscripción, vivir en comunidad y reciprocidad. Una pedagogía no extractivista ha de reformular la creación de lo otro como un objeto sin vida (sin agencia); ha de renunciar a la idea de la otredad y a sus lugares de enunciación jerarquizada. Como dice Wall Kimmerer, los árboles no se comportan como individuos. «Un árbol nunca va por libre: va con la arboleda. Una arboleda nunca va por libre: va con el bosque. [...] El florecimiento es siempre mutuo.»2

Lucía Egaña Rojas es artista, escritora, docente y activista.


1 Robin Wall Kimmerer: Una trenza de hierba sagrada. David Muñoz Mateos [trad. ]. Madrid: Capitán Swing, [2015], 2021
2 Ibíd.

 

Sello de Calidad del Consejo de Innovación Pedagógica (CIP)