Una tarde, en un restaurante de Barcelona, Santiago Alba Rico escuchó a unos jóvenes que hablaban en la mesa de al lado y le sorprendió «la pequeñez casi solipsista del mundo en el que se movían sus vidas y sus conversaciones», «su común y radical ausencia de mundo.»1 Podríamos decir, a partir de ahí, que el mundo es eso de lo que se habla y eso en lo que se vive, que puede haber mundos más pequeños y más grandes, que hay vidas pobres en mundo que suponen conversaciones sin mundo. «Lo que compartían entre ellos solo lo compartían entre ellos», escribe después, y sugiere con eso una conversación que se mueve en lo individual, lo particular y lo privado; que no se abre a lo común, a lo general y a lo público; que se mantiene en la idiotez si entendemos que idiotés, en griego, es el que solo se ocupa de sus asuntos, por oposición al polités, al ciudadano, que es el que se interesa por los asuntos de la ciudad, por los asuntos de todos; si entendemos también que idión, privado, se opone a  koinón, común; y si tenemos en cuenta que en la Grecia clásica lo público y lo político comprende también la religión, el teatro, las fiestas, etc.

El mundo es, por decirlo en arendtiano,lo que aparece entre los hombres, lo que se da en público, aquello de lo que se habla, lo que se tiene y se sostiene en común y, desde luego, puesto que la humanidad es plural, lo que se ve, se dice y se piensa desde distintas perspectivas. Y también, por decirlo ahora en freiriano, lenguaje y mundo se dan simultáneamente. El mundo se da, se crea y se recrea en la palabra, en el diálogo; es eso de lo que dialogamos. Ya no eso en lo que estamos sumergidos sino eso de lo que podemos distanciarnos, que podemos colocar en medio y sobre lo que podemos hablar y pensar. El mundo, en definitiva, es lo que se da en la palabra, el juicio y el pensamiento. Porque la palabra, el juicio y el pensamiento no solo dicen el mundo, sino que lo crean (lo hacen presente, lo traen a la presencia) y lo recrean (lo nombran y lo determinan de otro modo). Es desde ahí que Freire puede decir que «nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí por la mediación del mundo».2 Es desde ahí que podemos decir también que la pobreza de mundo está relacionada con la pobreza de la palabra o, si se quiere, con la pobreza de la conversación. Y también desde ahí podemos sostener que la educación no está centrada en el educador ni en el educando, sino en el mundo. En un mundo, además, que solo se da en tanto que común, es decir, en tanto que puesto en común o, como a algunos nos gusta decir, comunizado. No comunicado sino comunizado, una palabra que tiene que ver con comunismo y, en definitiva, con desprivatización.

Ampliar y enriquecer el mundo común es también, quizá fundamentalmente, desprivatizarlo y conversarlo, desidiotizarlo.

Jorge Larrosa es profesor de Filosofía de la Educación en la Universidad de Barcelona.


1 cpabonortegadotcom.wordpress.com/2014/01/03/la-conversacion-de-la-mesa-de-al-lado-santiago-alba-rico
2 Pedagogía del oprimido. Madrid: Siglo XXI, 2012

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