Según el diccionario de la RAE, receta es lo que llevamos a la farmacia, así como cualquier instrucción escrita. Su vínculo con la cocina no consta como definición, sino como mero ejemplo. Asimismo, la palabra recetario solo se vincula a boticas y hospitales, no aparece como sinónimo de «libro de cocina». Para encontrar un enlace entre receta o recetario con la materia culinaria debemos acudir al diccionario de María Moliner.

Doña María escribió su diccionario en la mesa de la cocina. Eso no es solo una anécdota: también es una perspectiva ante la vida. Al menos, así lo sentimos los que también trabajamos en ella o alrededor de ella. Literal o figuradamente. Para mí fue un cambio radical poner al mismo nivel la mesa del restaurante y la mesa de la cocina doméstica. Volverme a sentar en ella me hizo redescubrir un espacio y un oficio que no me eran ajenos, pero que nunca había acabado de valorar realmente.

Me di cuenta de que el verdadero despacho de la historia es esa mesa en la que redactamos listas de la compra y cribamos lentejas, la misma donde hacíamos los deberes cuando no había pantallas, donde se abrían las cartas, donde se hablaba siempre con la mano en el corazón. En las mesas de la cocina se escribían recetas. Aquellos apuntes fueron para algunas mujeres –muchas, en realidad– lo único que llegaron a escribir. Muchas de ellas apenas pisaron la escuela; por eso sus errores ortográficos no son faltas, sino señales de esfuerzo. En las recetas domésticas, las mujeres se contaban a sí mismas su propia cocina, con sus palabras, con sus diminutivos y sus expresiones. A veces las recetas tenían destinatarios, la mayoría de las veces hijas e hijos, con el propósito de que no olvidaran el sabor de casa, de la comunidad, de la tierra de origen.

Porque recuperar recetas significa recuperar muchas identidades: la de la cocinera, la del núcleo familiar –un ecosistema en sí mismo–, la comunitaria y la de una tierra a veces a miles de kilómetros donde, a través del guiso, se revive lo que se dejó atrás. A su vez, los sabores de cada una de las identidades que encontramos en los recetarios nos hablan de economía, retratan la abundancia o el hambre. También son documentos de antropología, porque recogen tradiciones, celebraciones,fiestas comunes y privadas. Y de agricultura, porque antes todo era km 0, de temporada y sin etiquetas. Y, por supuesto, nos hablan de ciencia, aunque sin palabras técnicas ni ecuaciones, pero donde reina de principio a fin el ensayo-error.

La célebre Julia Child, aquella cocinera inmortalizada por Meryl Streep en Julie & Julia, afirmaba que «los libros de cocina proporcionan respuestas a cuestiones sociales, políticas y económicas sobre la sociedad para la que fueron escritos. Son un ingrediente imprescindible para preservar nuestro pasado y mejorar nuestro futuro». Así es. Los recetarios son los pergaminos y mapas de la historia culinaria, son manuscritos que debemos proteger y aprender a leer. Atesoran historias entre líneas, ideas que funcionaron generación tras generación o bien que mejoraron lo que se daba por bueno. Los recetarios demuestran que no hay nada más creativo que paliar el hambre con gusto. Y además permiten un último diálogo con quien quizá ya no está entre nosotros, pero que lo dio todo por su propia familia. Tu familia.

Carmen Alcaraz del Blanco es periodista gastronómica y coordinadora editorial.

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