Son sonidos que ya estaban aquí. El museo ya los guardaba. Nosotras los buscamos entre la historia de los cuerpos de los visitantes y los invitamos a salir. Hacemos salir a los fantasmas de la partitura de esta arquitectura. A plena luz del día. Y en una escultura improvisada de melodías nos ocultamos en la fuerte fragilidad de creer que todo eso es real. ¿Y nosotras, somos reales? Nosotras somos. Somos muchas. Innumerables maneras. Somos. Infinitas posibilidades. Descaradas e inmensas maneras de ser. Somos tantas como percibes. MACBA, ¿estás vivo? Esta pregunta resuena y se oculta entre los pliegues de nuestra piel y las líneas del edificio Meier. La enorme incógnita penetra todavía en nuestros huesos. ¿Cómo responderá el tiempo a este interrogante tan frágil lanzado al aire como un estallido de metáforas errantes en suspensión? La respuesta nace aquí. Entre tú y yo, y dentro de tu cuerpo. Y entre tu cuerpo y lo que imaginas que es tu cuerpo y el espacio que lo rodea. La escuela que nos visita acaba de llegar. Los niños y las niñas ya están entrando.

Durante las sesiones del taller ¿Cómo suena un museo? desvelamos la identidad de ese enorme ser vivo a través de la búsqueda de sonidos. De la posibilidad de la existencia de sonidos que demuestren que el cuerpo que nos acoge respira, se emociona, se calienta y nos permite habitarlo. La posibilidad. De una mirada y de muchas. La demostración de la existencia de polirritmias que conviven individualmente y colectivamente. El mostrarse, exponerse, sobreexponerse a una incógnita precisa y preciosa que no requiere una sola respuesta para ser, sino varias en convivencia. El sonido no pasa desapercibido cuando sale del cuerpo. El pensamiento no pasa desapercibido cuando sale del cuerpo. El pensamiento y el sonido se muestran y se sobreexponen para sobrevivir. Han salido de nuestras entrañas para formar parte de esta incógnita. Están aquí para gritar que estamos vivas. En quietud y en movimiento. A veces algún niño o niña que nos visita mira fijamente el sonido, lo acompaña con su mirada y su pensamiento. Es un hecho aislante y una experiencia aglutinante. Es compartir lo que nadie ve y todos oímos. Y en este asombro el presente cobra sentido, se abre el relato de la duda, de la sorpresa, del vivir el gozo de la contradicción. Un relato ininteligible y coherente al mismo tiempo.

¡Venga, sacúdeme! ¡Explota ante mí, arrástrame por las paredes para sentir la fricción sobre mi piel dormida, hazme hervir la sangre, que mis ojos salgan disparados de mi rostro, que me inunde el sabor amargo de la adrenalina en la boca! ¡Cámbiame! ¡Confúndeme! ¡Invéntame! La sutileza baila por encima de lo que es obvio. El sonido caracolea entre el espacio blanco y transparente del atrio y tu aliento viaja fuerte y constante para caer poco a poco cuando deje de temblar. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿En serio? En el taller ¿Cómo suena un museo? no explicamos lo que oímos. Mi ADN cultural me lleva a justificar la práctica de hacer sonar lo que veo. Pero no quiero hacerlo, me resisto. Creo en la sinestesia y confío ciegamente en la fuerza de la transmisión de ideas a través del cuerpo y de su certeza. Los niños y las niñas saben de qué hablo cuando no me explico. Y entonces el ambiente nos abraza y el corazón se calma. Confío en ti a través de mí. MACBA, ¿estás viva?

Àngela Peris es bailarina, coreógrafa y educadora.

Sello de Calidad del Consejo de Innovación Pedagógica (CIP)