Un objeto cotidiano como las cortinas de aluminio Kriska, utilizadas en las zonas rurales del Mediterráneo y que el artista recuerda de su infancia en el sur de Cataluña, le sirven a Daniel Steegmann para interpelar el espacio desde la noción de transitoriedad. Como en otras obras compuestas en 2013 y 2014, el artista fragmenta el espacio del museo con una cortina industrial elaborada con finas cadenas de aluminio donde recorta una figura geométrica. No tenemos más remedio que atravesar la pieza, y decidir antes si optamos por cruzarla a través del rectángulo inclinado o por las hileras de anillas de aluminio con su ruido característico. Se trata de una zona que se desmaterializa a medida que nos movemos a través de ella. Steegmann convierte así la transitoriedad en la esencia de la obra. El espacio ya no es ese marco fijo y estable donde las cosas pasan, sino el resultado, móvil y cambiante, de nuestra presencia e interacción. Una vivencia de juego que recordamos de cuando éramos pequeños —a todos los niños les gusta cruzar este tipo de cortinas— recuperada por el artista como noción filosófica.

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