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Esta presentación respondía a la voluntad del Museo de constituir una colección que priorizara la originalidad y el carácter innovador de las propuestas surgidas en Cataluña durante la segunda mitad del siglo XX, sin olvidar el contexto internacional en el que estas se inserían.

La exposición se iniciaba con una muestra de las conexiones existentes entre las vanguardias catalanas y las internacionales, ejemplificadas en artistas como Alexander Calder, Joaquín Torres García, Hans Hofmann o Josep Lluís Sert.
Ya en los años cincuenta, se hacía hincapié en la convivencia de las propuestas constructivistas de Jorge Oteiza y Pablo Palazuelo con las informales de Antoni Tàpies, Jean Dubuffet o Lucio Fontana, y las expresionistas de Antonio Saura.

Por su parte, las reacciones de ruptura frente al informalismo que se produjeon en los años sesenta se ilustraban con la obra de artistas como Marcel Broodthaers, Robert Rauschenberg, Piero Manzoni o Mario Merz. En la década siguiente, en Cataluña, la tendencia pictórica basada en la textura, el color, la pincelada y el gesto -Albert Ràfols-Casamada, Joan Hernández Pijuan o Robert Llimós- coexistió con las propuestas conceptuales de Francesc Abad, Fina Miralles, Pere Noguera, Francesc Torres o Àngels Ribé.

Una selección de los Dioses de Ferran Garcia Sevilla introducía la pintura de los años ochenta, de carácter primitivo y expresionista. La exposición concluía con un espacio dedicado a las distintas propuestas de los años ochenta y noventa: el interés por el intimismo, las inquietudes y los temores humanos de Rosemarie Trockel, Pepe Espaliú o Juan Muñoz, convivían con la vocación por la modulación de espacios y metáforas urbanas de Jordi Colomer, y con las obras, a medio camino entre lo críptico y la ironía, de James Lee Byars.

Esta presentación respondía a la voluntad del museo de constituir una colección que priorizara la originalidad y el carácter innovador de propuestas originadas en Cataluña, sin olvidar al mismo tiempo el contexto internacional en que se podían insertar.

La exposición se estructuraba alrededor de ciertos momentos clave:

La conexión con las vanguardias, destacando las relaciones que se establecieron entre Cataluña y artistas internacionales estrechamente vinculados a la cultura del país, como Alexander Calder, Joaquim Torres i García o incluso Hans Hofmann, que por sus relaciones con Josep Lluís Sert, representaba la conexión con el arte internacional.

La década de 1950 fue testigo de diversas propuestas, desde aquellas que provenían del constructivismo, como las de Jorge Oteiza y Pablo Palazuelo, hasta las que, decididamente informales, apostaban por la materia y el gesto, como las de Antoni Tàpies, Jean Dubuffet o Lucio Fontana, o las que se decantaban por el expresionismo, como las de Antonio Saura.

Las reacciones frente al informalismo internacional en los años sesenta, de la mano de creaciones muy diversas, manifestaron actitudes de ruptura e innovación, como Marcel Broodthaers, Robert Rauschenberg, Piero Manzoni y Mario Merz. En la década siguiente, en Cataluña coexistieron pintores interesados en la textura, el color, la pincelada y el gesto, como en el caso de Albert Ràfols-Casamada, Joan Hernández i Pijuan o Robert Llimós, y artistas con propuestas conceptuales, donde primaba la idea o el concepto por encima de la formalización de la obra. En la muestra, el núcleo activo catalán de esta tendencia conceptual estaba representado por Francesc Abad, Fina Miralles, Pere Noguera, Francesc Torres y Àngels Ribé.
Una selección de los Diose, de Ferran Garcia i Sevilla introducía la pintura de la década de 1980, con una tendencia más primitiva y expresionista. Esta presentación de la Colección concluía con un espacio dedicado a las distintas propuestas de los años ochenta y noventa, que compartían el interés por el intimismo, las inquietudes y los temores humanos presentes en algunas propuestas recientes (Rosemarie Trockel, Pepe Espaliú y Juan Muñoz), así como la vocación por la construcción, la modulación de espacios y las metáforas de ciudades, como las de Jordi Colomer.
Obras de James Lee Byars, a medio camino entre lo críptico y la ironía, cerraban la exposición.