A finales de los años sesenta, Soledad Sevilla centró sus series pictóricas iniciales en la abstracción geométrica como una reacción al informalismo y el expresionismo predominantes en ese momento, así como al academicismo propio de las escuelas de Bellas Artes. Entre 1969 y 1971 participó en el seminario de Generación Automática de Formas Plásticas, impartido por el matemático Ernesto García en la Universidad de Madrid y donde se practicaba el denominado «arte normativo», un arte basado en la forma seriada, la pureza cromática y el distanciamiento de la subjetividad. Sevilla produjo una pintura geométrica planteada como una exploración de las infinitas variaciones de la retícula, el módulo y la trama. En sus cuadros de esos años, el espacio pictórico se construye como una investigación geométrica limitada a la línea, el ángulo recto, los tres colores primarios (rojo, amarillo y azul) y los tres no colores (negro, blanco y gris). El resultado son obras de carácter seriado planteadas como verdaderas propuestas ópticas, perceptivas y estructurales. Ya en los años setenta, su obra geométrica deriva hacia una abstracción más lírica que permite que aflore el elemento emocional. Sin renunciar a la idea de trama, libera el espacio de elementos y consigue cierta poética suprimiendo partes de las figuras reticulares y tomando de ellas elementos lineales, que desarrolla. Un proceso de simplificación y vaciado que se acentúa a finales de los años ochenta, con cuadros de destacado carácter minimalista y líneas diagonales que salen de la tela evocando otros mundos. Como afirmaba la propia artista en el título de una exposición que revisaba su trayectoria desde los años sesenta a los ochenta, su obra puede entenderse como «variaciones de una línea».
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