Indígena, amerindio, andino, inferior, salvaje, arcaico, tribal, bárbaro, cobrizo, comunero, campesino, comunista, de izquierdas, extranjero… Las figuras de Sandra Gamarra llevan consigo indicadores semánticos. Para sus piezas, la artista ha replicado pictóricamente obras de colecciones precolombinas de varios museos españoles. Para los calificativos con los que las ha designado, ha partido de los términos con los que históricamente se definía la figura del «otro». Un «otro» construido por el etnocentrismo europeo, que vincula a todo habitante de geografías no occidentales al salvajismo y, en consecuencia, lo ve como un sujeto que hay que organizar, desarrollar, hacer progresar, aprovechar, explotar. Un «otro» de piel cobriza que el imaginario europeo asocia a menudo, de manera absolutamente falaz, a la tradición marxista y al pensamiento de izquierdas occidental. Reproduciendo la –supuestamente neutra– asepsia de las vitrinas de un museo, Gamarra critica una concepción del mundo impuesta como única y superior, que fundamenta, todavía hoy, las políticas de migración, la organización del trabajo, el uso de los recursos naturales y también algunas lógicas expositivas del arte.
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