–Con la poesía visual se vuelve de algún modo a los ideogramas, que están en el origen de la escritura. Pero la poesía visual ha sido un proceso dentro de mi obra. Empecé diciendo cosas a través del lenguaje, que tenía mucha importancia, pero llega un momento en que adopto un fórmula antirretórica, buscando el encuadre de la realidad pero con el mínimo de adjetivos, porque me interesa la cabeza y no la peluca... Esto me llevó a la descripción minuciosa del objeto, y de ahí a la poesía visual hay un paso. Nada ha sido gratuito, sino todo un proceso que se ha ido consolidando: pasé del soporte del papel al soporte del objeto y luego ya al objeto por sí mismo. De todos modos, siempre las cosas surgen de dentro a fuera; no he pretendido nunca armar un rompecabezas, sino que opero siempre por una vía intuitiva de conocimiento.
–¿Al final, sin embargo, el choque que producen sus poemas visuales o poemas objeto, no rayan a veces lo absurdo?

–No creo que tengan nada de absurdo; en todo caso tienen de absurdo lo que de ello tenga la vida. Todo lo que estamos hablando quizás es absurdo; si le pones un marco, es absurdo y, si lo quitas, encuentras la vida.

–Ha estado siempre en la punta de lanza de lo que, normalmente, se denomina vanguardia, desde los tiempos de Dau al Set hasta ahora y, a pesar de todo, se resiste a ser tachado de vanguardista.

–Es que vanguardista me suena a palabra militar –ironiza, y prosigue puntualizador: – Yo no me considero de vanguardia, sino de ahora, pero, claro, hay tanta gente de retaguardia que si tú eres del momento ya eres vanguardista. Por eso me molesta este nombre. –Y ejemplifica: –Si uno va con galena y tú vas electrónico, se te considera de vanguardia, pero es que ser electrónico es ser del momento, ¿verdad?

Macià, Albert: «Joan Brossa», Avui (Barcelona), 27 de diciembre de 1989