Los primeros trabajos de Eduardo Chillida translucían un interés por la materia que iría creciendo con el tiempo y que, unido a su interés por temas filosóficos de carácter existencial, y a su firme enraizamiento en su tierra, es uno de los trazos definitorios de su producción. La totalidad de su obra, que se mueve entre la pequeña dimensión y la escultura pública, es un constante equilibrio de masas y volúmenes habitados por el aire, que cuentan con la economía de medios como resorte para dotarse de un sentido de la monumentalidad que es independiente de su tamaño. El espacio que le interesa al artista no es el espacio que queda fuera, alrededor de las formas, sino el espacio que éstas crean en su interior, y que le ha valido el apelativo de «arquitecto del vacío». Al mismo tiempo, en sus esculturas la relevancia del material y sus cualidades se une al profundo significado de la forma en que éstos se trabajan: la herrería tradicional, los apilamientos de madera, la cantería… dotan a sus obras de un aura heroica, totalmente alejada de los procedimientos industriales. Sus trabajos, penetrados de la dignidad del proceso, se erigen como símbolos en un mundo en que individuo y naturaleza son una misma cosa.
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