Los fotógrafos Andrea Robbins y Max Becher dan voz y testimonio a la comunidad de Samaná, una península al nordeste de la República Dominicana donde viven los descendientes de los esclavos afroamericanos liberados. En 1824 llegaron allí unas treinta y cuatro familias procedentes de Haití, que acababa de conseguir la independencia, animadas por el nuevo presidente y por la Sociedad Americana de Colonización que, por razones supuestamente humanitarias, promovía la expulsión de los esclavos liberados. Aun viviendo en un país caribeño de habla española, los ocho mil descendientes actuales han conservado el habla inglesa del siglo XIX, la música, las costumbres, la gastronomía y la religión protestante. A pesar de su aislamiento lingüístico y religioso (una sucesión de gobiernos dictatoriales les ha prohibido el inglés), han mantenido su identidad de grupo. Excluidos del desarrollo económico y condenados a la pobreza, muchos de ellos se siguen identificando como norteamericanos y esperan la repatriación o poderse reencontrar con ramas de sus familias en Estados Unidos.
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