A comienzos de los años ochenta, los rostros demoníacos y las figuras distorsionadas de Joan Ponç seguían convocando el mismo mundo visionario, cáustico y certero que inauguraron a finales de la década de los cuarenta, cuando fundó junto a Joan Brossa, Modest Cuixart, Arnau Puig, Antoni Tàpies y Joan-Josep Tharrats el grupo Dau al Set y la revista del mismo nombre. Ya entonces, los símbolos fantásticos e inquietantes mezclados con una iconografía de reminiscencias religiosas, las imágenes de carácter expresionista y el brillante colorido de sus figuras desmembradas constituyeron uno de los intentos más originales de renovación artística en la posguerra española. Asimetría, distorsión, humanismo y magia espejean la condición humana en las obras de un pintor que aseguraba trabajar de forma intuitiva. Su mundo personal, detallista y onírico, lo acercó al surrealismo mágico.