
Exposición
Del 28 de noviembre de 2022 al 11 de septiembre de 2023
Josep Grau-Garriga. Diálogo de luz
Revisión de Josep Grau-Garriga, gran renovador del arte del tapiz que experimentó con técnicas transdisciplinarias y de gran formato en lo que él denominaba environaments.
Desde finales de los años sesenta, Josep Grau-Garriga, uno de los máximos exponentes de la Escuela Catalana del Tapiz, experimentó con técnicas transdisciplinares y ensayó grandes formatos, más allá de las demandas del arte textil tradicional. Lo hizo a través de lo que él denominaba environnements, que propiciaban la inmersión del espectador en la obra y un contacto más íntimo con los materiales que la constituían. En los environnements, a menudo surgidos de un proceso de creación colectiva, Grau-Garriga exploraba nuevas formas de pedagogía artística desde las que aproximar arte y vida que, a su vez, convertían la obra de arte en una experiencia compartida.
En este contexto, Diàleg de llum (Diálogo de luz, 1986-1988) expande las posibilidades de aquel momento en torno a la producción y diseminación del arte del tejido. Además de la instalación que le da nombre, esta presentación recupera una serie de fotografías, documentos y dibujos de distintos environnements realizados por el artista.
Con este tipo de obras, Grau-Garriga se convirtió en un referente internacional de la transformación de la técnica del tapiz a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.
Un proyecto de investigación de Núria Montclús y Esther Grau, en colaboración con Àlex Castro y Alba Clavell.
artista
En 1957, y en relación con su trabajo en la Casa Aymat, Grau-Garriga hizo su primer viaje a París, donde conoció a Jean Lurçat, maestro renovador del tapiz a partir de una relectura del tapiz gótico, por el que sentía fascinación. Tras un par de años de creaciones influenciadas por este artista francés, en 1959, impresionado por el informalismo matérico y gestual de Jean Dubuffet, empieza a cuestionar su práctica y reconduce sus investigaciones hacia el peso de la materia como elemento clave para conseguir la autonomía de lo textil en tanto que obra de arte. A partir de ese momento, introduce en sus tapices nuevos materiales de carácter más cercano y menos «noble», como pueden ser el yute, la cuerda, o el hilo metálico. También empieza a combinar hilos de distintos grosores y a usar la técnica del nudo de alfombra, de modo que la materia comienza a expresarse por sí misma en sus obras.
Esta búsqueda de la liberación textil y los juegos volumétricos de los materiales empleados conducen al artista hacia una experimentación progresiva de la relación del tejido con el espacio, que desemboca en un abandono paulatino de la rigidez y la bidimensionalidad características de los tapices y, en consecuencia, del uso del telar y de los cartones preparatorios para su confección. Por eso las obras que lleva a cabo a partir de los años setenta muestran un carácter radicalmente diferente y de técnica liberada: son piezas cada vez más tridimensionales, que se alejan de su presentación sobre el muro, crecen en formato y pasan a ocupar el espacio en el que están instaladas. En ese momento, las obras dejan de ser puramente descriptivas y se revisten de un valor simbólico que, si bien durante los primeros años tendrá un carácter épico, acabará consolidándose en una vertiente más íntima y poética, surgida de los colores y de las composiciones realizadas. En esta nueva simbología también ejercerá un papel clave la introducción de materiales y objetos vinculados a su vida diaria personal y profesional, como sacos de arpillera, piezas de tejido de la fábrica, prendas viejas de sus familiares y recortes de periódicos.
A partir de los años setenta, alentado por esa ocupación progresiva del espacio y por la exploración del factor tiempo en la experiencia perceptiva de la obra, el artista empezó a realizar un conjunto de environnements efímeros en espacios interiores de edificios monumentales y también en espacios públicos de todo el mundo, como la Arras Gallery de Nueva York (1971), el Centre Culturel du Marais de París (1975), la pista de esquí de Sugarbush en Vermont (1978), la Montgomery University de Washington (1979), el Instituto Francés de Barcelona (1984), el Castellet de Perpiñán (1984) y la catedral de San Nicolás de Alicante (1985), entre otros muchos. Estos environnements, que siguió desarrollando durante toda su vida, se basaban en composiciones textiles que se expandían por el espacio e interpelaban al espectador, que se convertía en partícipe de la obra por el hecho de habitarla y circundarla. En algunos casos este carácter participativo se concretaba todavía más, ya que se partía de un proceso de creación colectiva y colaborativa que se materializaba en la realización de workshops previos con colectivos diversos, en los que Grau-Garriga reivindicaba el carácter pedagógico del arte e invitaba a los participantes a construir esas creaciones efímeras.
A lo largo de su carrera, Grau-Garriga combinó la creación textil con la producción artística en otros medios, en especial en formato de pinturas, dibujos y collages de carácter introspectivo y clara tendencia a la abstracción. Con estas obras, realizadas con gesto rápido y que prestan gran atención al detalle, el artista reflexionaba sobre el inconsciente y las emociones, no solo vinculadas a su vida personal, sino también al acto creativo.
Desde 1964 el trabajo de Grau-Garriga ha podido verse en numerosas instituciones de todo el mundo, como The Museum of Fine Arts de Houston (1970), el Museo Rufino Tamayo (México D.F., 1987), el Palau Robert (Barcelona, 1988) y el Musée Jean Lurçat d’Angers (1989 y 2002). Recientemente su obra se ha expuesto también en la 22 Bienal de Sídney (2020).