al

Esta presentación incluyó nuevas incorporaciones a la Colección, así como obras exhibidas anteriormente, a través de las cuales se reflejaban las orientaciones y las líneas de trabajo del MACBA en aquel momento. La Colección MACBA proseguía su búsqueda para configurar una memoria crítica del arte de la segunda mitad del siglo XX, teniendo en cuenta la realidad cultural y política del entorno y considerando, asimismo, que la historia del arte es una construcción sujeta a cambios, no una narración acabada y única. Por razones históricas, Barcelona se ha mantenido al margen de los centros de modernidad artística de los que han surgido los discursos dominantes sobre la evolución y el progreso del arte moderno. Dicha posición periférica lleva a cuestionar la idea unidireccional de progreso histórico, a resituar fenómenos e indicar otras centralidades posibles.

La exposición se articuló en torno a cuatro momentos históricos clave: los años cuarenta y cincuenta, que se corresponden con el canto de cisne de la modernidad; las rupturas de los años sesenta y setenta; las prácticas críticas y teatrales de los años ochenta, y el mundo actual, a partir de la caída del muro de Berlín.

Esta presentación incluía, junto a obras ya exhibidas anteriormente, nuevas incorporaciones que reflejaban las orientaciones y las líneas de trabajo del MACBA en aquel momento. La Colección MACBA proseguía su búsqueda para configurar una memoria crítica del arte de la segunda mitad del siglo XX, teniendo en cuenta la realidad cultural y política de la ciudad donde se encuentra el museo y considerando, asimismo, que la historia del arte es una construcción sujeta a cambios, no una narración acabada y única. Por razones históricas, Barcelona se ha mantenido al margen de los centros de modernidad artística de los que han surgido los discursos dominantes sobre la evolución y el progreso del arte moderno. Dicha posición periférica lleva a cuestionar una idea unidireccional de progreso histórico, a resituar fenómenos e indicar otras centralidades posibles.
La exposición se estructuraba en cuatro periodos abiertos que correspondían a cuatro momentos históricos precisos. El primer periodo tenía como punto de partida simbólico la creación de la revista Dau al Set, en 1948, por Antoni Tàpies, Joan Brossa, Modest Cuixart y Joan Ponç, que suponía un intento de conectar con las vanguardias de la preguerra, especialmente las vinculadas al surrealismo. Es el momento de la consolidación progresiva del estado de bienestar y de la primera aparición masiva de publicidad y medios impresos en el entorno urbano. El arte de esta segunda modernidad adoptó dos tendencias vinculadas a la abstracción. Por un lado, el informalismo, donde el espacio pictórico se convierte en el soporte de la acción más o menos espontánea de la conciencia profunda del artista, que se cristaliza en una materia pictórica informe. Como ejemplos se puede nombrar a Antoni Tàpies, Antonio Saura o Jean Dubuffet. Por otro lado, encontramos una tendencia fundamentada en el funcionalismo y el constructivismo de las vanguardias europeas, en que la abstracción es el resultado de una búsqueda de orden, claridad, equilibrio y objetividad, que dará lugar al arte concreto y se ejemplifica en Jorge Oteiza y Pablo Palazuelo.

El segundo periodo de la colección, que comprende las décadas de los sesenta y setenta, corresponde a la aparición de nuevos discursos críticos, cuyo emblema es mayo de 1968. Se cuestiona la actividad artística orientada a la producción de objetos, en favor de los procesos y las condiciones de la obra. Marcel Broodthaers es un artista fundamental en este periodo. A pesar de que parte de la escritura, su trabajo adopta distintos medios: fotografía, cine, instalación, grafismo, medios mixtos, libros, etc. Su obra preludia las consecuencias de la transformación de la producción artística bajo la expansión de la cultura del consumo, iniciada a partir de los años sesenta, así como de la transformación del museo a raíz del impacto de las nuevas prácticas y del pensamiento crítico de los nuevos movimientos sociales. La actividad, la información y el debate son los ejes que articulan la creación artística de este momento, que se ejemplifica en el trabajo de artistas conceptuales catalanes, como Muntadas, Francesc Abad, Fina Miralles o Francesc Torres. En España, los trabajos conceptuales de mediados de la década de 1970 mantuvieron un rasgo característico de oposición política que correspondía al clima del final de la dictadura.

Otra figura clave es Dan Graham. En su trabajo se combinan los fundamentos conceptuales de los sesenta con elementos posfuncionales y tardomodernistas. Pionero en el uso artístico del vídeo y de gran influencia como ensayista, su trabajo avanza inquietudes que, a la larga, serán dominantes en la esfera artística, como la concepción híbrida entre trabajo artístico y arquitectónico, el valor de uso y la noción de servicio. Este segundo periodo se termina a finales de los setenta, cuando el impacto internacional de la crisis del petróleo de 1973-1974 agrieta las bases del estado de bienestar.

Durante el tercer periodo se comienza a consolidar la globalización económica y se inicia una hegemonía que se irá afianzando durante los años ochenta y noventa. El efecto de este proceso en el ámbito artístico se manifestó sobre todo en dos direcciones. Por un lado, se produjo un movimiento que restauró formas artísticas tradicionales, tanto modernas como premodernas. El retorno a la pintura caracterizó los principios de los ochenta, con los movimientos neoexpresionistas o neosalvajes, y la búsqueda de una reinscripción de los grandes formatos y los gestos de la pintura tradicional en el ámbito de un mercado artístico revitalizado, así como una expansión de los museos de arte contemporáneo a escala mundial. Como ejemplos de este retorno a la pintura encontramos a Miquel Barceló, Ferran Garcia Sevilla, Anselm Kiefer, Keith Haring, Jean-Michel Basquiat o A. R. Penck. Por otro lado, esta recuperación de la pintura también tuvo consecuencias en la fotografía. En la década de 1980, la fotografía entró con fuerza en la escena artística y se convirtió en el medio más significativo para las teorías de la crítica de la representación, vinculadas a ciertos postulados posmodernos. En ese momento apareció la noción de cuadro –o tableau– fotográfico como estrategia mediante la cual la fotografía podía ocupar los espacios arquitectónicos y culturales de la pintura. En este ámbito destacan los trabajos de Jeff Wall, Craigie Horsfield, Suzanne Lafont y Jean-Marc Bustamante.

El cuarto periodo arranca simbólicamente en 1989, con la caída del muro de Berlín. En esta nueva fase histórica culmina el proceso de globalización, favorecido por la expansión de las nuevas tecnologías. Un fenómeno determinante en estos años es la inmersión de la cultura en los procesos de consumo y entretenimiento de masas. Por un lado, tenemos en artistas como Mike Kelley o Tony Oursler, una complacencia en los fenómenos de cultura popular y del kitsch, así como una celebración del universo de la mercancía, que preludian artistas como Carlos Pazos o Zush. Por otro lado, se critica la aparente banalización de lo popular y se conservan posiciones legitimadas en la gran tradición moderna, que conducen hacia formas artísticas de cierto hermetismo, en que se busca la complicidad del espectador. Así, encontramos obras de artistas como Pep Agut, Jordi Colomer o Ignasi Aballí.

El vídeo, la videoinstalación y las tecnologías informáticas sustituyen la anterior hegemonía de la fotografía. El nuevo potencial de la imaginería digital transforma la noción de representación, logrando aparentemente que no se distinga entre lo real y lo virtual. La reformulación de la relación entre el cuerpo y el espacio es una de las manifestaciones de este nuevo paradigma artístico.