Fikret Atay nos invita a entrar en la sala de estar de su familia, en el Kurdistán. En lugar de ser la persona mayor de la casa quien recita canciones y mitos de su pueblo según la antigua tradición del dengbej –literalmente “voces que dicen”–, es un amigo joven de Atay quien canta, mientras el abuelo del artista escucha. En lugar de utilizar la lengua kurda, recita en inglés. La historia de Lalo recupera, aunque con alteraciones significativas, una tradición que ha sobrevivido a todos los episodios de dominio que han sido impuestos a la cultura kurda. Atay nació en la ciudad de Batman, en el sudeste de Anatolia, una región fronteriza entre Turquía e Irak que vive desde hace décadas la presencia militar, la opresión política y la pobreza. Desde un lugar donde la creación artística se hace difícil, Atay utiliza del vídeo para documentar y denunciar el frágil equilibrio entre tradición y globalización, identidad y opresión. Con un lenguaje tan simple como eficaz, sus propuestas videográficas están atravesadas por las tensiones permanentes entre Occidente y Oriente, y por una persistente esperanza de justicia.

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