Estil Internacional (Mur d'Ònix), 2013-2014

Diseñado por Mies van der Rohe y Lilly Reich en 1929 como pabellón de Alemania para albergar la recepción oficial presidida por el rey Alfonso XIII y las autoridades alemanas, al año siguiente, tras la clausura de la Exposición Internacional de Barcelona, fue derribado. Con el tiempo, esta obra icónica del Movimiento Moderno en arquitectura se convirtió en un mito. En los años ochenta, el Ayuntamiento de Barcelona decidió reconstruirlo. Pero los planos del edificio habían sido destruidos durante la Segunda Guerra Mundial, de modo que el pabellón tuvo que rehacerse a partir de fotografías y dibujos de la época. Este procedimiento implicaba unos procesos de interpretación visual que, en cierta forma, sugieren la puesta en escena de una imagen; de ahí la decisión de Coderch de utilizar un material maleable como el plástico para reproducir el muro de ónix. «La pared de ónix es la pieza central del pabellón. Mies van der Rohe concibió todo el proyecto en torno a ese muro central: representa el corazón del mismo. Por lo tanto, la pared tiene un gran peso simbólico. En cuanto al muro hinchable, para mí representa muy bien la ironía, la complejidad y la insinceridad de toda esa historia», explicaba la artista en una entrevista de 2017. («In the Studio: Lúa Coderch. Objects are capable of triggering stories. In turn, a story itself can become an object», CollectorsAgenda. Voices of Contemporary Art and Culture, Vienna)

Pero Coderch lleva la ironía más allá. Su muro de plástico hinchable contiene también una crítica a la reconstrucción del pasado como proyección ideológica del presente, tal como explica la propia artista: «Tras el fin del régimen franquista, Barcelona intentó conectar o encontrar un vínculo con la historia moderna hasta los años antes de la guerra, como una manera de distanciarse de los cuarenta años de dictadura y ostracismo. Como parte de este proceso, se decidió reconstruir el Pabellón Alemán [...]. Barcelona quería ponerse al día y volver a conectar con lo que ocurría en el resto de la Europa moderna, reanudando ese hilo. Eso me inspiró a llamarlo Estilo Internacional (Muro de ónix), en referencia al estilo arquitectónico surgido en los años veinte y treinta.» El hecho de que el nuevo pabellón no se reconstruyera a partir de los planos originales, sino de fotografías de época, le permite a Coderch profundizar en su reflexión. «Una reconstrucción a partir de una imagen me parece un fantasma. Por otro lado, durante el franquismo se construyó otro pabellón en la zona, de modo que, cuando se reconstruyó el Pabellón Alemán, existía también un enorme pabellón brutalista con poco valor arquitectónico a pocos metros de él. Con ese otro pabellón tan cerca, nadie podía llevarse a casa la imagen perfecta e icónica del reconstruido Pabellón Mies van der Rohe. Así que limpiaron el espacio que lo rodeaba y derribaron el otro pabellón... Barcelona siempre ha sido acusada de ser solo una imagen. Es una ciudad turística.»

Respecto al contexto en el que se presentó el muro hinchable, la exposición La montaña mágica se planteó como un contenedor de momentos. Coderch situó en el espacio expositivo un almacén que reproducía el depósito municipal de Vía Favencia, donde el Ayuntamiento de Barcelona guarda esculturas y material que ha retirado del espacio público. Durante cada uno de los 72 días que duró la exposición, la artista retiró un elemento del almacén para colocarlo en la parte visitable de la sala, en un dispositivo preparado para cada ocasión. Algunos elementos se expusieron como una apropiación de la artista y otros como activadores de una creación propia, pero siempre vinculados al imaginario histórico de la montaña de Montjuïc. «Para esta exposición monté un gran almacén en el local, utilizando la mitad del espacio expositivo para almacenar cosas, como accesorios de escenografía en un teatro. Este almacén se abría solo unas horas al día y permanecía cerrado durante el resto de horario del museo. Detrás de las escenas, en el almacén, trabajaba para preparar una nueva exposición cada día, realizada a partir de objetos, vídeo, audio y fotografías, así como material de archivo que había ido recopilando. La exposición duró 72 días. Fue un verdadero tour de force, te lo aseguro. Cada día intentaba desarrollar una línea de investigación diferente, explorar cómo había evolucionado la ciudad de Barcelona y cómo había construido su memoria.»