[...doy mil vueltas para dejarme encontrar por el flujo que me llevará a escribir y recuerdo este párrafo que redacté hace tiempo. Te lo leo mientras esperamos a que se nos aparezca el texto de hoy: «Los talleres familiares ocurren las mañanas de sábados y domingos, y tienen una energía muy particular, un tiempo pausado, destiempado, desde luego nada prime time. El museo reposa. Es muy hermosa esa sensación de suceder ociosas, fuera del foco de lo relevante, fuera de cierta productividad. Pero me pregunto hasta qué punto el museo se conmueve, se ablanda a través de las vibraciones emitidas por sus tantas actividades, especialmente las dirigidas a público no adulto. Cómo  ir observando, acompañando y sintonizando con esos leves estremecimientos que hacen que el museo, quiera o no, sea realmente un organismo vivo interrelacionándose. El tiempo vuelve a ser clave: ¿quién tiene tiempo para poder perderlo, pasear dejándose mover por los restos y los rastros que van dibujando esas presencias destiempadas, que activan y resuenan en otras frecuencias no tan visibles?» Parece que ahora ya llega, hay algo que desea escribirse...]

Hugo tiene cinco años. Al preguntarle su nombre dice que es Rayo Veloz y ha venido al taller vestido con unas manos gigantes de Hulk. Hablamos sobre el chicle, su composición y procedencia, y descubrimos que en sus orígenes estaba implicada la savia de un árbol originario de México y América Central. Marina, la artista que acompaña el taller, pregunta: «¿Sabéis qué es la savia?» Hugo dice: «La sabia es la abuela, una sabia es una abuela.» En ese momento tengo una experiencia espaciotemporal extraña, un vuelco, una pérdida de la línea continua, un estar allí juntas esféricas, las que estamos allí y las que han brotado de la boca de Hugo, las sabias, las abuelas, y, como sucede a menudo en estos talleres, siento que he aprendido-recordado algo hasta la médula. La savia, la sabia, las savias, las sabias... Este mantra palpita en mi cuerpo. La savia, líquido espeso que circula por los vasos conductores de las plantas para nutrirlas; savia bruta, que cruza la fuerza de la gravedad subiendo desde las raíces atraída por fuerzas intramoleculares. La sabia – etimológicamente llena de sabor, sabrosa– conoce, intuye, percibe, descifra. La sabia, la savia, energías, fuerzas, jugos, zumos, su alegría es la sav/bia de la casa.

Se me aparece la imagen del museo por donde circulan jugosas savias vitales que lo mezclan, lo interconectan mucho más allá de sí mismo y de su organismo-circuito. Brotan preguntas: qué consideramos nutrientes, cómo tomar y cuidar el alimento y sus regeneraciones, cómo modificar fuerzas de gravedades dejando aparecer tejidos vasculares circulantes, tentaculares, mutantes. Qué sabidurías recorren el espacio del museo, cuáles son las bocas de las que emanan los conocimientos, qué intuiciones llegan a la corriente de savias que lo mantienen vivo, qué sabias toman las sabias decisiones...

El instante pasa, Hugo respira, las sabias se desvanecen (pero permanecen) y la savia del Arte ocurrido se mezcla con las partículas solares de domingo.

Itxaso Corral Arrieta, artista performativa, investigadora y educadora.

Sello de Calidad del Consejo de Innovación Pedagógica (CIP)