A los 19 años, un joven Francesc Torres decidió partir de Barcelona para irse a París. Corría el año 1967. En la capital francesa, se matriculó en la École des Beaux-Arts y al año siguiente ejerció de ayudante del escultor polaco Piotr Kowalski, que trabajaba con materiales poco convencionales. “Sculptura” recoge el espíritu experimental de ese momento creativo. ¿Cómo diluir la solidez de la escultura con la mutabilidad del agua? ¿Cómo reinventar un género tradicional como la escultura? ¿Cómo incorporar la palabra que designa la obra? Torres toma una vitrina-pecera donde sitúa unas letras de plástico rojo flotando en el agua. A ratos leemos la palabra S-C-U-L-P-T-U-R-A; a momentos, otras palabras o fragmentos de palabras formadas por estas mismas letras. El artista incorpora el término anglosajón (“Sculpture”) pero con la a final propia de la terminación latina. En relación con el aprendizaje junto a Kowalski, Torres explicaba en una entrevista de 1992: «Con él aprendí más que arte: aprendí a pensar y a reconocer qué hacía y por qué lo hacía. [...] En definitiva, que casi cualquier cosa que me imaginase podía ser arte, y que uno mismo podía decidir qué lo era.»
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