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En 1978 Tony Cragg (Liverpool, 1949) comenzó a realizar esculturas con fragmentos de plásticos procedentes de toda clase de objetos cotidianos. Se trataba de ordenar, según colores y formas, los detritus que acumula la sociedad urbana. Si inicialmente estas acumulaciones se disponían en el suelo, más tarde invadieron los muros y fueron alcanzando proporciones monumentales.
Cragg considera que «los objetos tienen la capacidad de proporcionarnos información valiosa (…), pero la realidad es que la mayoría de los objetos están hechos de forma irresponsable y manipuladora. Irresponsable porque la gente ‒los constructores‒ no consideran realmente de ninguna manera metafísica los significados de los objetos que están realizando, y manipuladora porque las cosas son realizadas por razones comerciales y de poder».

Tony Cragg, junto a artistas como Anish Kapoor, Bill Woodrow o Richard Deacon, tuvo un papel determinante en la renovación de la escultura británica en la década de los ochenta, a la vez que impulsó un nuevo predominio de la escultura y la instalación en el contexto europeo.

Las cuatro obras que se reunieron en esta exposición fueron realizadas entre 1980 y 1986 e ilustraban una etapa de definición y consolidación en la trayectoria del artista.